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Continúo con la serie de moda en Netflix. Bueno, tampoco es que esté de moda, pero si me quieren comprar los derechos, yo encantado de la vida. Ya tengo claro el casting.

En capítulos anteriores…

El imperio ha tomado el control del Consejo Intergaláctico. El malvado Senador Palpatine es ya, de facto, el nuevo emperador de, espera, no, que me he liado. Perdón. El subconsciente. Como hoy va a haber mucho Sith, y mucho Emperador, y mucho villano, pues eso.

Nos habíamos quedado en que me había marchado de mi primer trabajo serio. En esta serie no entran cines en la calle, hacer encuestas, dar clases a chavales de primaria y otros trabajos «para ganar unas perras». Eso, para una precuela.

Después de unos meses buscando curro, por fin encontré trabajo en una empresa constructora. Después de la primera experiencia, tenía ganas de empezar una nueva etapa y estaba con todo el power.

Jur jur

CAPÍTULO 2: LA VENGANZA DE LOS SITH

Cambio de aires, que la verdad, me venía bien.

Llegué a un nuevo trabajo con unas funciones completamente diferentes al anterior. El sueldo era bueno y eso estaba bien (caramelo envenenado) pero trabajaba a una hora de casa, y eso se hacía duro a priori (y a posteriori, chiste para filósofos). En fin, como miles de españoles. Era lo que tocaba, y punto.

La empresa no era grande. Veinte personas en la oficina y los que trabajaban a pie de obra. La gerente era, aparentemente, amable, aunque me ignoraba completamente (¿deliberadamente?). Bueno, démosle tiempo, pensaba. Ay, tontico.

Los primeros meses, en los que básicamente me estuve formando, todo marchó razonablemente bien. Sin embargo, había cosas que no, que no y que no. La primera era que allí nadie se iba a su hora (con lo poco que me parezco yo a Bill Murray, y menos a la marmota Phil).

Para mí, la verdad, esto siempre ha sido un problema, por el que me he juzgado severamente. Ya no. Me encanta mi trabajo y siempre he cumplido con mis tareas y mis plazos. Y para eso no me ha hecho falta trabajar 12 horas al día. Ni los sábados. ¿Alguna vez, puntualmente? Por supuesto. Cuando hay que apretar, se aprieta, cagonlamar. Pero por norma, ni de coña. A la larga me he dado cuenta de que tenía razón, aunque cuando lo digo me miran raro. Antes me importaba. Ahora me resbala. Pero al lío, que me voy.

Como te he dicho antes, yo trabajaba a una hora en coche de mi casa, así que si me iba a las 9 de la noche llegaba a las 10. No me daba la gana. Así de claro. Cumplía con mis funciones, en tiempo y resultado. Pues todos contentos.

Ahí empezó a hacerme caso la gerente. Jur jur.

Pedí que me dejaran hacer jornada continua (comer solo, de tupper, en el banco de un parque a lo Forrest Gump es lo más deprimente que puede hacer un ser humano, por lo menos para mí). Con esas dos horas que nos daban para comer yo podía hacer virguerías… bueno, pues aún estoy esperando una respuesta.

Pero vamos con la segunda cosa que no iba bien, que ésta es más chunga.

Todos los meses había una reunión de control. La sala de juntas era de cristal traslúcido, así que no se veía gran cosa. Pero se escuchaba. Mucho. Demasiado. Gritos.

Como diría Falete: Miedo, tengo miedo.

Pero como no iba conmigo, lo llevaba más o menos bien. Hasta que me tocó ejercer de aquello para lo que me habían contratado. Y tuve que entrar en la sala de juntas. Puertas del averno, allá voy.

Todos sabemos lo que es el miedo. Es algo natural, un mecanismo de defensa que nos ha traído hasta hoy como especie. Le debemos mucho sí, pero cuando lo sientes es una mierda. Y así me sentía yo: cagadito de miedo. Y con razón. Iba al matadero. Saw a la española.

Esas reuniones de control mensual eran un infierno. Gritos, insultos (que te llamaran inútil era un regalito): presión asfixiante. Todos vivíamos absolutamente angustiados. Sí, cumplíamos con nuestro trabajo, y llegábamos a donde se nos exigía, pero… ¿a qué precio? Más de una vez «trucábamos los datos» simplemente por evitar una bronca. No estaba bien, cierto. Pero había que sobrevivir. Por lo menos nos teníamos los unos a los otros: cuando te atacan, te unes mucho más. En esa época conocí a gente increíble a la que aún hoy aprecio y con la que sigo en contacto.

Fueron pasando los meses y llegó septiembre de 2008.

Katakroker.

Las personas y yo (Una historia real) Parte II

Vivir en tiempos revueltos

Lehman Brothers cae y la economía española empieza a tambalearse. Si cuando las cosas iban bien, el ambiente era malo, imagínate en crisis. Sailor clothe (tela marinera). Ir a trabajar se convirtió en una tortura. Aún recuerdo cuando sonaba el teléfono y en la pantalla aparecía el número 21. Sudor frío. Temblor en las piernas.

Por si no lo has imaginado, el número 21 era el de la gerente. Sí, ahora ya me hacía caso del todo. Jur jur.

La rotación era enorme. La gente se marchaba porque no aguantaba más. Otros venían, a los que había que formar, claro. Eficiencia del 100%. Es cierto que la situación era muy, muy complicada, pero eso no daba patente de corso para maltratar a nadie.

¿Qué por qué no me fui, te preguntas? Bueno. Tenía una hija, una hipoteca y no sobraba el trabajo en aquella época. Decidí aguantar hasta encontrar algo. La verdad que tuve suerte. Encontré trabajo y pude olvidar todo aquello, pero algunos de mis compañeros tuvieron que seguir, o marcharse a la aventura.

Lo que sí tengo claro es que esos años, a pesar de ser tremendamente duros, me enseñaron un montón de cosas. Eso sí, la más importante fue que el respeto a las personas no se pierde jamás. Todos hemos perdido los papeles alguna vez. Es humano. Aprendamos de ello.

Y la segunda, más pragmática: la política del miedo funciona para el aquí y el ahora. Es muy efectiva en el corto plazo y muy destructiva (ya no en el largo) en el medio plazo. Las personas no son productivas en ambientes así. No pueden serlo. Se destruyen.

Hombre, lo que te pasó es un extremo, puedes pensar, amigo lector. Quizá. Sé de otras personas que lo han vivido, más extremo incluso. Da igual. Nadie debería pasar por algo así. El trabajo es vida. O debería. Pero la cuestión es que de este extremo a al estado del arte hay muchos estados intermedios, y mucho que hacer.

Como imaginarás, me pasaron muchas cosas en casi 4 años que estuve allí, pero daría para un libro (coño, quizá me anime). Finalmente encontré otro trabajo y pude marcharme. Amistosamente, también. Después de mil gritos y broncas, no entendían que me marchase. ¿Cómo te quedas? Yo me quedo muerta.

To be continued…