Penúltimo capítulo de la serie de la que todo el mundo habla. En la peluquería, en la carnicería… las aventuras de nuestro protagonista le han dejado a todo el mundo con el culo torcido. Si quieres estar integrad@ en las conversaciones de la oficina, no puedes dejar de ver esta serie, my friend.
Y ojo, que hoy hay flashbacks y todo. Construcción de personajes. Estructuras narrativas complejas. No hemos reparado en gastos.
EN CAPÍTULOS ANTERIORES…
Después de una época de calma y aprendizaje, la crisis ha dejado a nuestro protagonista en el yermo páramo del INEM. Con dos hijos y una hipoteca, la situación es desesperada, pero nada podrá con él. Bueno, no era tan desesperada, pero es que queda taaaaaaan bien. Y es taaaaaan dramático.
CAPÍTULO 4: EL DESPERTAR DE LA FUERZA
Volvamos al principio. A ese día en el que me estrené en el mundillo este de lo profesional, ¿recuerdas? Lo de la EHE y que aquí se trabajan nueve horas y cuarto porque yo lo valgo.
Bien. Porque es un día importante.
Ese día decidí que algún día trabajaría en mi propia empresa. No sabía cuándo y sobre todo, no sabía cómo, pero lo haría. Vaya que si lo haría. Hombre ya.
Pero retomemos la historia. Nos habíamos quedado en mi tercer empleo y que la cosa se había ido al carajo. Me fui al paro. Sí, es verdad, fue duro. La incertidumbre y el miedo son una mierda. Pero no tenía la opción de venirme abajo.
Tenía unas ganas enormes de aplicar todo lo aprendido en esos años duros, difíciles, pero que me habían curtido, como profesional y como persona. Atrás quedaban los nervios, la angustia y el miedo. O eso pensaba. Porque ser autónomo en este país es como dar un paseo en bañador por la Nostromo (si tu grado de frikismo no es el necesario para leer esto, te ahorro la visita a Google: es la nave de Alien, donde Ripley le da al bicho lo suyo). Pero el chip había cambiado. Esto era otra cosa. Porque sí, había miedo, a ratos algo de angustia. Pero había ilusión. Coño, había ilusión. Y la ilusión mueve montañas.
Y eso es la leche, my friend. Eso, es la leche.
Batman y Robin, Thelma y Louise, Astérix y Obélix
Conozco a muchas personas que han emprendido en solitario. Y es duro. Vaya si lo es. Tener a alguien que te dé apoyo en horas bajas, o que te necesite en caso contrario (lo cual es también muy enriquecedor) te hace el camino más sencillo. Si no había dado el paso de montar mi empresa era, entre otras cosas, porque estaba solo. Y yo no tenía la valentía suficiente para semejante salto de fe.
Mi anterior trabajo no se acabó de golpe. Era algo esperado. Las cosas llevaban tiempo yendo regulinchi y era cuestión de tiempo. Así que llevaba unos meses buscando curro… pero nada. Silencio absoluto. Infojobs era como un velatorio.
El destino quiso que uno de mis mejores amigos, compañero de estudios (y de juergas y mucho cachondeo) se quedase en el paro más o menos a la vez. Como se suele decir… nos encontramos (pon aquí música de amor). Ya éramos talluditos, con familia y una vida ordenada. Lo normal hubiera sido seguir buscando trabajo. Sí, eso hubiera sido lo normal, pero a nosotros nos iba la marcha, y venía de atrás.
18 años antes…
Nos habíamos visto en clase y en fiestas de San Pepe. Al haber caído los dos en el turno de tarde coincidíamos, pero acabábamos de llegar a la Universidad y al ser una ciudad pequeña, los dos conocíamos a gente del instituto, con los que tendíamos a juntarnos. Pero poco a poco fuimos creando un grupo de gente y empezamos a relacionarnos. No es que fuésemos amigos, pero bueno, nos caíamos bien… supongo.
Así fue pasando el primer año de ingeniería, donde a la inmensa mayoría nos dieron hasta en el carnet de identidad. En mi primer cuatrimestre aprobé estadística. La misma que él, y que todo el mundo. Era como estar en The Walking Dead, pero de zombie, no de prota. Pero bueno, en junio le dimos un pequeño empujón y en septiembre dejamos la cosa «apañada», como se dice en La Rioja. Y aun con cadáveres en nuestro haber, pasamos a segundo. Fue entonces cuando ocurrió.
Recién empezado el curso, me matriculé de una asignatura con nombre extraño: CAD-CAM. Fui a la primera clase con escepticismo. No tenía ni idea de qué era eso y parecía ser muy, muy aburrido. Estaba equivocado. El profesor, don Julio Blanco, despacho 007 (el James Bond de la UR) un tío joven para lo que se estilaba y muy majete (también para lo que se estilaba) empezó a hablar, con ese acento tan riojano y cantarín. Mensaje principal: No iba a haber examen. Murmullos, sonrisas. Después de la hecatombe de primer curso era como escuchar ángeles. Pero claro: nadie da duros a cuatro pesetas. La asignatura se evaluaría con un concurso por parejas. Y no era un concurso sencillo. Y además, como en todo, había ciertos… riesgos.
Se trataba de diseñar el proceso de fabricación de un reductor con relación 1:1000. Si no sabes de ingeniería es como pedirte que diseñes un coche que corra a 400km/hora. ¿Posible? Sí ¿Fácil? Ni de coña, y menos en segundo de carrera. Había 3 premios: el primero, matrícula de honor y libre de examen. El segundo, sobresaliente y libre de examen, y el tercero, notable y libre de examen. El resto… te puedes imaginar: a examen.
Así que la decisión no era fácil. Pasar del concurso y hacer tu examen, o apuntar a la gloria, pero arriesgarte a quedar cuarto y que el esfuerzo no valiese para nada. Como quedarte a las puertas de la final de Gran Hermano.
Ni me lo pensé. Quería ganar.
Mire a mi compañero de pupitre. Era él. Nos miramos. No hizo falta hablar. Nos dimos el sí. No sabíamos si la pareja funcionaría o no, pero la suerte estaba echada. Cuatro meses después nuestro reductor era una realidad. El reductor hepicicloidal ALGON R-1000, una bestia parda con un rendimiento a prueba de bombas.
Ganamos. Matrícula de honor.
Fue el primer proyecto de Alfonso y Gonzalo, los KAOS BUSTERS. Aunque entonces aún no lo sabíamos.
El despertar de la fuerza
Lo recuerdo como si fuera ayer. Ahí estábamos, sentados en una mesa del bar El Galeón hablando de qué podríamos ofrecer los dos, pobres ingenuos, como hiciéramos casi 20 años antes. Pero ahora sabíamos que el tándem funcionaba. Nos repartimos las tareas: Alfonso, mapearía los procesos que íbamos a llevar a cabo para ofrecer nuestro servicio de consultoría. Yo, elaboraría un plan de negocio, con su cuenta PYG y todos los sacramentos. Aún conservo esos documentos. Son ingenua y tiernamente maravillosos.
No teníamos ni puñetera idea de nada. Y desde luego, no sabíamos dónde nos estábamos metiendo. Teníamos la ingenuidad propia del ignorante, tan maravillosa como peligrosa, si le das demasiado espacio. Pensábamos, claro, que sería sencillo. Éramos buenos e íbamos a conseguir proyectos. Y así fue, pero no tan rápido como nos imaginábamos. Vender es realmente duro. Es frustrante, estresante y difícil, muy difícil. Empezamos a salir a vender sin ni siquiera ser autónomos. Dar el paso era un salto demasiado arriesgado, pero cuanto más tiempo pasaba, más nos dábamos cuenta de que ya no había marcha atrás, y que era un paso que tendríamos que dar, más pronto que tarde. No saltar era peor que hacerlo.
Y la oportunidad llegó. Un proyectito muy sencillo, con un importe igual de sencillo. Pero fue la chispa que prendió la mecha. El 1 de enero de 2015 nacía QE2 eConsulting. Por cierto, el nombre viene de un disco de Mike Oldfield, uno de mis favoritos (mi frikismo aquí alcanza dimensiones bíblicas). Un día, montado en la elíptica sonó Taurus 1, del disco QE2 del maestro británico. Y pensé: Coño, Q de «quality», E de «energy» y «engineering», y 2 de que somos 2, ¡buah qué pasada de nombre! Hasta que un día, en una llamada, escuché: «Fulanito, te llaman de Cueros». Sí, lo sé.
El proceso de venta es, sin duda, el más complejo de todos los que llevamos a cabo, aún hoy. Es donde más tenemos que lidiar con los egos, las inseguridades (propias y ajenas), saber negociar. Es aquí donde la dimensión de «las personas» se hace más tangible. Comprar es una decisión absolutamente emocional, por mucho que nos empeñemos en pensar que es racional. No queremos algo, lo deseamos. Desde esa primera venta, hemos tenido que ver, hablar, negociar y tratar con más personas de las que podíamos imaginar.
En estos 7 años hemos seguido tratando con personas, cada día, porque al final, los clientes, los proveedores, los colaboradores, los socios; siguen siendo personas. Con sus mierdas, sus aciertos, sus angustias, sus problemas y sus idas de olla. Sigue siendo difícil gestionar personas, pero mantengo la firme creencia de que, siendo amable, comprensivo y generoso, se consigue muchísimo más que con el viejo estilo del látigo y el terrón de azúcar si eres bueno. Pero eso sí, poniendo límites, lo cual a veces es casi tan complicado como todo lo demás.
Paso a paso, poco a poco, conquistando pequeñas victorias y también cosechando derrotas, muchas alegrías y algún que otro quebradero de cabeza, aquí estamos, haciendo cosas que ni nos imaginábamos que íbamos a hacer. Dos señores ingenieros haciendo el tonto en vídeos sobre Kaizen. Los caminos del Señor son inescrutables.
26 años después del reductor hepicicloidal ALGON R1000, 18 de ese primer día de trabajo, el de la EHE y las 9 horas y cuarto porque yo lo valgo, y 7 después de ese primer pequeño proyecto, aquí estoy, escribiendo un artículo como Co-emperador del Consejo Intergaláctico de KAOS BUSTERS. Cómo me hubiera gustado viajar al pasado y decirle a ese chaval, joven, inexperto y cagado de miedo, que la cosa acabaría bien. Pero ni soy Marty McFly ni conozco a Doc. Cagonlamar. Y mucho menos tengo un Delorean.
To be continued…